18.8.04

Vivimos para contarlo

Desertia, 06 de enero de 0001
No es que nuestra lucidez nos proteja de todo mal, que podamos hablar para entendernos, que logremos zafar con la inteligencia. No. Más bien, es nuestra lucidez la que nos hace caer en el mar de la nada. Jamás podremos contra la viveza del tiempo.
Cuando nos vimos, comenzamos a habitar una página. No hubo permiso, pero tampoco remedio: HABITAMOS ESTA PÁGINA. Y a partir de un beso, navegamos por un idioma distinto.
Como una "Kon Tiki" imaginaria, pusimos en cada gota un espacio, la sensación de algo concreto, la certidumbre de ser dueños de la superficie, con sus construcciones y sus cavidades.
Así nos creímos que nuestra pequña embarcación era el mundo. Así, le tuvimos miedo a las profundidades. Por ejemplo, tu cara, que es el mar de esta balsa donde no hay caja de herramientas. Tu espalda (al evocarla fantaseo con que puedo arañarla), que parece una espalda pero es casi todo.
(Pensamiento colateral simultáneo: "¿Le habré dicho alguna vez lo mucho que me calienta su espalda?")
Me gustaría que estuvieras para que recordáramos juntos la primera vez. ¿Te acordás de la primera vez?
Bueno, la primera vez es la única. Después de eso todo, lo efímero y lo perdurable, se transforma, simple e inexorablemente, en una memoria sometida a la astucia ácida del tiempo.
A riesgo de parecer un eterno David Carradine, un Kwai Chang Caine extemporáneo y, por lo tanto ridículo, cuelgo mi flauta al hombro y emprendo una vez más el camino hacia nuestro encuentro en este mar de arena que es Desertia.
Nota: la herida del fino puñal que creo tuyo ya está cerrando. No logro seguir sangrando.
A Lali, que navega conmigo los siete mares, y no se queja (demasiado)